Parte del aire
Silvana Rita Garaffa Ibarra


La aurora, sonrosada por la presencia del sol, abre sus ojos al día. 
Tímidamente, se escurre en mi ventana, mientras el astro dorado penetra con sus hilos de luz, las sábanas aún tibias de mi lecho.
Puedo ver nítidamente, cómo la muerte vestida de azul, recorre y acaricia suavemente mi cuerpo rígido.
Apenas escucho el sonido intermitente de las máquinas que hasta hoy, me han servido de pulmones.
Todavía guardo en mi memoria los recuerdos de aquel fatídico día, en el cual, mis ojos se cerraron para no volver a abrirse.
Si pudiera volver el tiempo atrás... si pudiera gritar, decir que estoy viva! Sin embargo, mis labios están sellados desde hace veinte años.
Desde entonces, la gente que ha venido a verme, a estar a mi lado, a tomarme de la mano, a susurrarme al oído, con la certeza quizás, de no ser oídos por mí, fueron todos extraños en mi vida anterior al suceso que me enclaustró para siempre dentro de mi propio cuerpo.
Era un invierno como tantos, el cielo se había vestido de gris, y una lluvia torrencial caía imponente sobre mi ciudad.
A pesar de la tristeza que denotaba el día, yo era feliz, inmensamente feliz de haber conocido el amor.
Antes de conocerlo, mi vida era cómoda, salía con mis amigos todos los fines de semana, nos divertíamos, estudiábamos en grupo... en fin, todo lo que hace una chica de diecisiete años.
Sin embargo, para algunas cosas era más madura que los chicos y chicas de mi edad.
El amor, se me presentó de la manera más insólita; un día me llegó a casa una carta anónima, dentro de un ramillete de violetas.
Al leerla, fue tal mi sorpresa, que decidí restar importancia al incidente y seguir con mi vida.
Lo que no comprendía es qué esperaba de mí este pretendiente anónimo. Sin embargo, he de confesar que sus palabras me cautivaron desde el primer día.
«La tersura de tu piel, es tan suave como los pétalos de una rosa...». «Mi alimento, es el néctar de tus labios...»
Me intrigaba que mi pretendiente me escribiera cosas tan íntimas, como si me hubiera conocido, como si nos hubiéramos amado en un determinado lapso de tiempo.
Pero en mi vida cotidiana, no conocía a nadie con el cual hubiera llegado a tanto.
Y, sin embargo, me describía tan bien, que me confundía... comencé a sospechar que pudiera ser un loco que me espiaba mientras me duchaba; pues, sabía cada tramo de mi cuerpo, de memoria.
Él decía que todas las noches dormíamos juntos, y que se deleitaba observándome.
Por más que quise averiguar, saber, no conocía a nadie con quien asociar estas misivas que me llegaban todos los jueves.
Fue entonces, cuando ideé un plan; sabía que aquel jueves recibiría una carta con un ramillete de violetas; por lo cual, dejé una misiva dentro del ramo, junto a la que me había llegado el jueves anterior, diciendo que iría a buscarlo. Decidí ausentarme el día anterior.
Le pedí el coche a mi padre, inventando una historia creíble para que accediera; haber sido siempre tan responsable de mis actos sirvió para que me lo facilitara y emprendí viaje sin decir a nadie dónde iba.
No tenía idea de nada, pero quería conducir, quería quizás, desafiar a esa tarde gris, a esa lluvia torrencial, y sentirme inmortal.
Estuve todo el día conduciendo, estuve tantas horas al volante, que me quedé dormida.
Entonces fue cuando lo vi. Su mirada perforó mis mejillas, que ardían de timidez, de no saber qué decir.
Tomó mi mano con fuerza y dulzura a la vez; caminamos por un sendero que jamás había visto, su resplandor era tan fuerte, que casi no podía mantener los ojos abiertos; pero eso no me preocupaba, él era mi guía.
A la vera del camino, sólo podía vislumbrar reflejos azulados. No temía, me sentía segura a su lado.
Lo único que quería era amarlo; se me tornaba imposible resistirme a su mirada, a su suavidad, a su calor.
Él percibió mi deseo, y me dijo:
«Eres más bella que la aurora, pero si he de poseerte, tendrás que renunciar a todo y ser sólo mía...»
No supe qué responder, no comprendía su mensaje, y me dejé llevar.
Conocí el amor en aquel viaje a la nada... Al principio y el fin del ser humano.
Me enamoré de un ser diferente a lo que había imaginado. Desde entonces, ya no pude despertar...
Escuché en un momento que aún no puedo precisar, que los médicos le dijeron a mis padres que el accidente había sido terrible; mi coche había caído en un barranco.
Estaba destrozado, era un milagro que me hallaran con vida. Hicieron cuanto pudieron para hacerme reaccionar, hasta que, con el tiempo, me declararon «muerte cerebral...» 
Al principio, mis padres sufrieron mucho, pero a medida que el tiempo iba pasando, se fueron resignando poco a poco a perderme.
Todos los días me vienen a ver al hospital, me traen flores, me cuentan cosas... y a la vez, me confiesan que están convencidos que no los oigo.
Hoy, he vuelto a ver al amor, pero a diferencia de hace veinte años atrás, he comprendido su enigma al escribir esas cartas...
Siempre estuvo acechándome, sólo esperó el momento adecuado para lograr su objetivo: llevarme con él.
Es extraño... todo este tiempo estuve atrapada dentro de mi cuerpo inerte; siempre quise salir de él, ser libre.
Hoy los médicos, por petición de mis padres, me han desconectado del respirador artificial.
Soy parte del aire. 
Lo malo, es que ya no veré a mis seres queridos; lo bueno, es que cuando él se despida definitivamente de mi cuerpo, nos iremos juntos.

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