Tres son multitud
Itxaso Vázquez Iturre

Al llegar a casa del trabajo, Mentxu, vio la larga carta que estaba encima de la mesa de la cocina. Con cierta sorpresa se acercó a ella y la observó por encima, viendo la firma de su marido al final de esta. Extrañada, comenzó a leerla.
«Un rayo de sol me ha entrado por el rabillo del ojo cuando me he despertado esta mañana. Por eso, me he girado y he visto que ya no estabas en la cama. El reloj fluorescente de tu mesilla iluminaba la temprana hora que era, las 6.00h. Lo primero que he pensado ha sido que a lo mejor te habías levantado a preparar el desayuno. Por eso, me he dirigido directamente a la cocina pensando encontrarte allí, pero al llegar he visto que no estabas. Te he empezado ha buscar entonces cuarto por cuarto esperando encontrarte leyendo el libro que tan cautivada te ha tenido todo el fin de semana, pero me he percatado de que ya no estabas en casa. Y me he temido lo peor “la basura otra vez no” he pensado. Al volver de nuevo a la cocina he visto lo que no quería ver. No podía dar crédito a lo que veía, (o mejor dicho), a lo que no veía. La basura. No podía creer que incluso a esas horas de la mañana bajaras la basura para verte con él, cuando no hacia ni una semana que me habías prometido que tu relación con él se había terminado para siempre.
—Voy ha bajar la basura –solías decirme de vez en cuando. Pero aquellos de vez en cuando, pasaron a ser todos los días de la semana, y acabaron transformándose en dos o tres veces al día. Incluso insistías e insistías cuando te decía que a mí no me importaba lo mas mínimo hacerme cargo de bajarla.
—¡Las tareas del hogar hay que compartirlas! –solías decir siempre. Pero aquella ocasión no me habías dejado meter baza lo mas mínimo, por lo que había empezado a mosquearme. ¡Ya que llegaste al extremo de bajar la basura, cuando no la había! Algo raro pasaba ahí o bajar la basura se estaba convirtiendo en una obsesión o había algo que querías ocultarme.
Preocupado por que hubieras vuelto a las andadas te he estado esperando con impaciencia en la cocina, hasta que diez minutos mas tarde has entrado por la puerta.
—Yo... ¡estás despierto! –Has comentado. Supongo que deseando que no fuese así. Y sin decir nada más has ido directamente al baño. Te he preguntado entonces a dónde habías ido a esas horas de la mañana pero no he obtenido respuesta. Has abierto entonces la puerta del baño con un cepillo de dientes en la boca dándome a entender que intentabas evitar mi pregunta. Pero cuando mi mirada se ha cruzado con la tuya, el silencio ha hablado por sí solo. Tus ojos rojizos a la vez que llorosos te han delatado.
He vuelto a insistir con la pregunta cuando has terminado de lavarte los dientes. Silencio de nuevo. Parecía como si quisiera que esas palabras no hubieran salido nunca de mi boca, para así, no tener que contestarlas. Parecía haberte dejado entre la espada y la pared, es decir, entre la verdad que yo quería sonsacarte y lo que verdaderamente remoloneaba en tu mente. Pero aquel silencio lo había dicho todo.
-—Pues... –has comenzado ha decir.
“Ha bajar la basura, otra vez no”, resonaba una y otra vez en mi mente.
—A bajar la basura –has concluido.
Los dos sabemos lo que eso ha querido decir: has vuelto a recaer. Ya que aquella frase había sido siempre la pared en que habías apoyado siempre tus mentiras, pero te habías delatado al verte acorralada por el filo de mi espada. Una estúpida pregunta.
Luego, haciendo como si nada hubiera pasado te has marchado a trabajar, diciéndome que para la hora de comer ya estarías de vuelta. Así que al quedarme solo en casa le he dado muchas vueltas al tema, queriendo creer que en realidad había interpretado todo mal y hoy si que verdaderamente habías ido ha bajar la basura.
Pero no he podido resistirme. Así que me he vestido a toda prisa y he bajado al portal para confirmar mis sospechas, ya que sé perfectamente que os veis en nuestro portal, ya que él vive muy cerca de casa.
Para decepción mía, mi sexto sentido no ha fallado esta vez.
En el ambiente cerrado del portal he podido respirar ese olor que él desprende cuando está contigo.
Fuerte.
Desagradable.
He subido entonces a casa y he estado pensando muy seriamente en todo esto hasta llegar a la conclusión que tu también deberías acabar con todo esto, al igual que hice yo años atrás.
Esa relación no hace más que perjudicarnos a los dos, tanto de forma directa como pasiva, y económicamente hablando tampoco nos ha ayudado mucho, ya que por su culpa te dejas un dineral en el bar. En torno a la salud no quiero ni pensar el daño que nos podría llegar a causar, ya que mi corazón no sé si aguantará que estés con él mucho más tiempo porque me dará un infarto si eso no ocurre.
Acabará conmigo y al final contigo también, pero ahora entonces ya será demasiado tarde, ya no podrás evitarlo ni dar marcha atrás. Por eso, sigo insistiéndote que lo dejes ahora, cuando todavía no es demasiado tarde.
Si no tendrás que elegir entre él o yo. Sé que no va a ser fácil romper con él de la noche a la mañana, pero he decidido que voy a ayudarte en todo lo que pueda. Por eso cuando estés leyendo esta carta quiero que empieces a mentalizarte. 
Mentalízate en que lo tienes que dejar.
Tienes que DEJAR DE FUMAR.
P.D. Volveré para la hora de cenar.»
Mentxu, sorprendida y dándose cuenta de la razón que su marido tenía, cogió el paquete de tabaco y lo tiró a la basura. Pero antes de hacerlo, saco un pitillo del paquete y se lo fumó.
«Él ultimo» –se dijo. 
Como había hecho tantas otras veces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario