Primer premio modalidad de castellano 2005

¿Quién pudo elegir?

(Juany Villaplana Merino)



De nuevo está lloviendo. Ha sido un año de sequía, así que cada gota que llega al suelo árido y seco es recibida con entusiasmo y premiada con el verde de las hojas de los árboles. Yo lo contemplo todo desde la ventana de mi dormitorio. Miro cómo corren los transeúntes huyendo de ella, qué paradoja.
Y por fin aparece el motivo de mi espera. A la misma hora cada día, mira su reloj varias veces, siempre tiene prisa. La admiro desde el escondite de mi casa, oculto para que no me vea, cuan ladrón, así es como me siento. Hace ya cuatro largos años que la espío, Elisa, hasta su nombre suena importante en mis labios. Ante mis ojos reaparece cada mañana unos segundos para mirarla y vuelve a desaparecer como si se tratara de un espejismo, pero sé que es real porque yo llegué a tocarla e incluso la tuve entre mis brazos. Antes de montar en la villavesa alza sus ojos buscándome, sabe que la contemplo, pero nunca me ve. Encontré el lugar exacto para ver sin ser visto. Adivino una sonrisa en sus ojos y creo escuchar un te quiero de sus labios. Por un momento mi mente se debilita y quiere gritar su nombre, llamarla para que suba y me abrace, entonces ella desaparece en el interior de la villavesa.
Mi madre entra en ese momento en el dormitorio devolviéndome a la realidad: –«¡¡Buenos días!!»–. Siempre lo dice con una sonrisa, me habla del tiempo, de sus cosas. Ella lo hace muy bien, finge no ver lo que hago cada mañana, pero a la vez su cara reprocha mi cobardía, piensa que deberíamos haberlo intentado Elisa y yo. ¡Qué broma del destino! Cree que merecíamos otra oportunidad ¿Pero qué oportunidad se me dio a mí? Aquella noche está siempre en mi cabeza, no me deja dormir. Todavía cuando cierro los ojos veo las luces del coche, se abalanza sobre mí como si se tratara de un depredador. No puedo esquivarlo y ya no siento nada. Mis piernas no duelen, pero deberían. Están ensangrentadas. Quiero levantarme y no puedo, alguien grita –¡Quieto!– Es ella, Elisa, está llorando. No puedo hablar, quiero tranquilizarla. Mi mente está despierta ¿Qué le pasa a mi cuerpo? Entonces le veo a él, al conductor, no es tan fiero, en otras circunstancias incluso me daría risa. No camina bien, va de un lado a otro, su lenguaje es raro y entonces me percato. ¡Está borracho! Me pregunta si estoy bien y se ríe –¡No te vi!– Lo dice riéndose, no puede ser, esto no está sucediendo, debería despertarme y sí, lo hago. ¡Por fin! ¡Qué pesadilla! Pero estoy en la cama de un hospital, con mis padres llorando en un rincón y Elisa agarrando mi mano. Todo cambió en un segundo de una noche de sábado, hace ya cuatro años, sólo tenía 18.
Cuando aceptas la palabra tetrapléjico, asimilas que se refieren a ti y que el único motivo por el cual tú estás así es porque alguien decidió que podía conducir en estado de absoluta embriaguez, sólo tienes un deseo al principio, que él estuviera en tu cuerpo muerto. Pero ese deseo va cambiando según van pasando los días y al final te haces una pregunta: –¿Por qué no me mató?–. Lo más gracioso es cuando los seguros quieren evitar mucha indemnización y pretenden buscar responsabilidades. Un día me llevaron al juicio, era para que vieran en quién me había convertido. Sacaron fotos mías antes del accidente, hablaron mis amigos, mis compañeros de clase, había incluso vídeos míos, y luego mostraron fotos posteriores al accidente, habló Elisa de aquella noche y por último me preguntaron a mí. De verdad querían que yo les contara lo que sentía, es gracioso. ¿Cómo puedo explicar lo que siento cuando sólo siento con la mente? ¿Cómo les digo cuánto me duelen las piernas, porque no las siento y eso me produce dolor? ¿Cómo explico lo que ni siquiera yo logro entender? ¿Cómo les muestro lo que ven mis ojos cuando miran un cuerpo que no reconocen? Pero quizá ellos sí podían dejarme hablar con ese hombre, el que conducía. Quiero preguntarle sólo una cosa: ¿Por qué? Necesito que me vea y necesito verlo a él. Unos segundos enfrentados sus ojos y los míos y después creo que habría podido olvidarle.
Pero eso nunca sucedió, dicen que le dolía verme. Igual debería compadecerme de él, incluso quizá debería darme pena, pero he estado muy ocupado aprendiendo a vivir de nuevo. Hace mucho que decidí dejar a Elisa en el camino. Ella debe continuar haciendo realidad todos sus sueños, los míos ahora están sólo en mi mente. Al principio no pudo entenderme, lloró y me llamó egoísta, pero sé que hice lo correcto. He estado muy ocupado aprendiendo a conocerme de nuevo ¡Hay tantas cosas de mí que desconocía! Incluso la percepción de mi casa ha cambiado, antes era todo sencillo. Hubo que hacer obras para adaptarla a mi nueva situación física, toda mi familia se adaptó a mí. Dependo de ellos para todo. Algo tan sencillo como rascarme una oreja o algo tan complicado como bañar mi cuerpo lo hacen por mí.
Cada día me despierto y por un segundo, sólo uno, pero mágico, mi mente no recuerda lo sucedido y todo parece igual. Entonces abro los ojos y veo mi dormitorio. Todo regresa a mi mente. De nuevo cada mañana ese hombre me atropella y le veo de nuevo caminar hacia mí. Tengo miedo y no puedo evitarle, siempre está allí. Su risa es sarcástica, ofensiva, sigo escuchándola hasta que veo a Elisa, ella hace que deje de escucharla. Esto parece no tener fin. Es como si cada día fuera una copia del anterior, hasta la pesadilla es la misma. Hace años vi una película sobre un hombre que se acostaba y repetía el mismo día constantemente. Eso me sucede a mí.
Mis amigos no me abandonan, se turnan cada día para venir a estar conmigo un rato por la tarde. Traen libros, películas, al principio esquivaban conversaciones sobre lo que ellos hacían, ya saben, los desmadres del fin de semana. Creo que no querían hacerme daño, pero un día les pedí que por favor no cambiaran conmigo, que me trataran como siempre. Si ellos dejaban de tratarme como uno más del grupo, ¿qué me quedaba? Soy un poco pelma, porque cada viernes les recuerdo que no beban. Les ruego que se turnen para conducir, que sepan lo que llevan entre las manos, y cuando tengan dudas sobre si deben o no coger el coche me recuerden a mí. Una vez Txema, mi mejor amigo, me dijo bastante enfadado que aquel día yo no era el que iba borracho, que llevaba mi moto en condiciones y que me mirara dónde estaba, entonces le grité: ¡Por eso, mírame! Qué importa quién tuvo la culpa, mira el resultado ¿Debería hacerme sentir mejor saber que yo no fui el culpable? Por otro lado, me he preguntado tantas veces si yo hubiera podido evitarlo de alguna manera, he analizado cada cosa que hice esa noche intentando saber si podría haber cambiado algo de lo que sucedió. Y sí, podía haber cambiado muchas cosas, la ruta, la hora. ¿Pero eso qué hubiera cambiado? Otro sería el que pasara por ese lugar a esa hora, en ese instante. En realidad, siempre llego a la misma conclusión; sólo una persona podía haber cambiado lo que sucedió, él. Le hubiera resultado tan sencillo dejar el coche y volver en taxi, llamar a un amigo para que le llevara. Él pudo elegir, yo no, tuve que aceptar lo que él decidió para esa noche, decidió jugar a la ruleta rusa y a mí me tocó la cámara con bala, sólo que yo no fui quien apretó el gatillo.
 A partir de ese día sí decidí muchas cosas. No sé si todas con acierto, pero a mí me parecieron las más lógicas en esta ilógica situación que vivo. Dejé andar a Elisa, la quiero y necesito verla volar, no sería feliz atándola a mi cama. Sigo conservando a mis amigos, ellos se reparten bien los días, espero no ser nunca una carga. Sé que Txema sufre, hemos sido siempre amigos, desde la guardería, teníamos planes, pero ahora tendrá que vivirlos solo. Mi madre lleva mal parte de las cosas que estoy decidiendo, le dije que quiero ir a un centro, estoy buscando uno que me guste. Necesito que tenga buenas vistas, buen clima, que no esté muy lejos de la gente que quiero y lo más importante, que me enseñen a no odiar todos los días. Ella se enfadó mucho, gritó y lloró, necesitaba hacerlo. No lo había hecho nunca delante de mí desde el accidente, dijo que no podía alejarme de ella, que alguien podría hacerme daño, dijo tantas incongruencias... Yo la entendía, estaba dolorida, pero hubo una que a mí me hizo daño. Se sentía culpable, ella me regaló la moto, mi padre no quería, y entre los dos lo convencimos. No, eso no, le grité, tú no pudiste hacer nada. Eso sí me duele, pensar que mi madre crea por un solo momento de su vida que ella pueda ser responsable de mi situación. Eso me hace todavía odiarle más. He intentado olvidarle, lo digo de verdad, pero no he podido. Cada día que pasa tengo más motivos para recordarle. Veo todo lo que destrozó y no fue sólo mi cuerpo. Aquella noche se llevó mis sueños, destrozó mi primera relación de pareja, por absurdo que parezca, para mí era importante. Hizo que mi mejor amigo perdiera un poco de su juventud, y lo que más me duele es que consiguió algo que nadie había conseguido nunca, ni en los peores momentos. Se llevó la mejor sonrisa de mi madre. Ahora lo tengo claro, buscaré motivos para continuar y mañana, mañana, sólo espero sea un día diferente.

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